Café Instantáneo
Tenía que pasar, porque si algo le quedaba de aquella vida peligrosa que siempre vivió queriendo vivir, era su decisión eso de no usar el tiempo libre como “es debido”, ni ofertas, ni rebajas, ni los tres días R, ni ningún cartel que dijese “APROVECHE”, o AHORA YA!!!, surtía el menor efecto sobre él. ¿Vago resabio de otros tiempos? Quizá!, o ¿tal vez simplemente hace rato que no tenía tiempo libre? Pero libre para qué, o para quién, o para quienes –es sabido por los viejos que el cómo fragmenta la pregunta- entonces qué hacer con ese cuchitril espacio temporal que queda entre la casa y el templo del deber. Dos preguntas llevaba Gonzalo ese día, el chiste del placer o trabajo le había dejado pensativo, como un gustito amargo que se quedó en el paladar una vez que se marchó la sonrisa.
-Gonzalo gueon! ¿Te sabí el chiste de cuando el jefe pregunta si cuando hace el amor con su mujer eso es placer o trabajo?
-No poh!!, Cuéntalo!!
Con el chiste, las risas, y después de ellas esa extraña sensación. Habrá sido el largo día, o la pega de lunes a viernes, tal vez eran el horario de oficinista y el exceso de café instantáneo los que se sumaban con demasiada facilidad a las frases típicas de su compañero de funciones. De todas ellas esa, la que repetía siempre con la cara llena de risa los martes y viernes: “Tengo que ir a hacer las tareas!!” .
Claro que reía con los chistes y bromas de Manolo pero en todo ese decir una incomodidad se escondía, algo, que sin saber qué cosa podría ser le resultaba inquietante. No tenía claro si era Manolo, o lo por él dicho, quizá el verlo a diario y por más tiempo que a su hija, o cualquiera de las diferencias que hay entre la vida que se quiere y la que se tiene, era lo que como algo no identificado venía calando profundo en el día a día. No sabía qué, pero lo que fuese había terminado llenándolo de congoja hace ya algunos meses.
-Y el último empleado responde: …esa guea te la respondo al tiro, cuando el jefe se acuesta con su esposa es placer, porque si fuera trabajo el que tendría que acostarse con la vieja sería yo.
La carcajada fue bulliciosa pero dejó lo que dejan esas frases que nos producen incomodidad. ¿Cómo era eso del deber de esposo? Y recordó las palabras del cura ese, y en un instante de lucidez tras cuatro años de casado se vino a dar cuenta de que eso de “…en la salud y la enfermedad…” podría entenderse como un “esto no lo cubre la garantía…” Y que todo ese deber venía incorporado con la fiesta y la ceremonia. ¿Y hay un lugar sin deber? Se preguntó hacia el último cuarto de la jornada.
Por qué diablos el minutero avanza tan lento… A sacar la vuelta… -Manolete, querí’ uno?. – Vale compadre, - Cargado y con dos de azúcar verdad. – Dos y media mejor, total ya no voy al médico pa’ que me prohíba gueas y mi señora ya cacho que la panza crece año a año. Rieron juntos. –En realidad esto sería más tedioso sin esa cuota de humor que el Manolo pone cada vez que puede- Pensó. –Ya ahí estamos… -Oye, Gonzalo ¿tení lista la corrección del informe? –Si, poh, estamos dentro de los plazos, -Ah genial, -Igual rara la guea.-
Por fin era la hora, la tarea cumplida, y junto con las ganas de salir corriendo la sensación de que ese no era el trato, y que los horarios no eran tan esclavizantes cuando firmo el contrato, que el horario del viernes aseguraba un combinao en el Nacional o aunque lo disfrutaba menos en el happy hour con alguien de la pega, y a pesar de que le parecía siempre más vacío y artificial que el Bar de Teatinos tenía todavía esa sensación de que ahí un respiro necesario un cambio de aire acontecía. Pero toda esa rutina incluso la otra la que no es de la pega la peor, la rutina de la distensión era la que esa tarde de otoño cuando el sol ya se ponía le recordó que el siempre se llevó mejor con el lado oscuro de la habitación y le invitó por primera vez en varios años ya, a caminar por calles y recovecos escondidos de la ciudad, sin destino nuevamente se tomó el tiempo necesario para llegar a destiempo al deber, reconoció sus pies, tras esos zapatos que siendo suyos no le pertenecían bastante, decidió sacárselos, al igual que la corbata. Y así libre de esas dos ataduras que el traje de empleado público un día en su vida se impusieron, caminó, caminó, caminó, varias horas, muchas calles, reconoció adoquines que pensaba ya no quedaban, vio las luces tomarse los escaparates para anunciar todo aquello que en las grandes tiendas no se encuentra, reconoció viejos enemigos en el rostro de nuevos sujetos, observó con gusto a las mujeres que no administra la norma del deseo televisivo, y las halló hermosas y quiso besar sus cuellos y dormir con ellas. Descalzo se camina de otro modo –pensó, decidió detenerse a observar con detalle las luces de neón iluminando las entradas de los más variados sitios; sacó un cigarrillo buscó el encendedor y al ver que este no estaba se dirigió hacia aquel boliche con la puerta antigua que insinuaba la luz tenue del interior, todo era claro iba en busca de fósforos, pero como si fuese un resto del resto, o un efecto extraño de un día al que resultaría peligroso acostumbrarse, al cruzar ese umbral un aroma de otros tiempos acabó de arrancarlo de los tránsitos que habían adormecido su espíritu. Era el café…
Buscó una mesa con algo más de luz, necesitaba mirarse las manos, detenerme y reubicar los zapatos y sensaciones esa tarde, noche ya acontecidas. -Acá no hace frío así que fuera la boina -pensó, Sonrío y en ese gesto notó como algunos músculos que hace años no movía como exiliados repatriados reconocían la escena de la vuelta, y como en ese volver que los caminantes llaman regreso, volvío a sonreír creyó temerosamente que ese gesto parecería una mueca de espasmo pero insistió y así sonrío tranquilamente a todo aquello que en ese momento le rodeaba incluyendo aquel traje que nunca más sería segunda piel, sonrío a la opacidad de la luz, a la calidez de las maderas, al sepia de fotos, al juego de aromas, al tabaco en sus bolsillos, a los rizos de esa mesera, y a la impresión que estos le provocaron, porque incluso olvidó pedirle fuego. -Que linda mujer, Ojalá que me atienda ella… fue la sensación primera.
Luego otro desconcierto ...
-Su carta señor…
Y la fuga de las palabras...-Café con tostadas, por favor…
4 Comments:
Como siempre me deleito con la capacidad de tus letras de comunicar situaciones de radical impotencia y certidumbre de enajenación (no la marxista) con una ternura que engalana el relato y hace la diferencia entre los panlfleteros, los poetas baratos y los buenos escritores.
todos hemos pedido sin querer cafes instantáneos luego de caminar sin zapatos y de ver enemigos nuevos en rostros viejos. Muchos somos los que no somos tentados por ofertas y que cargamos con la predilección por el lado oscuro de la pieza. Miro mi corbata y leo tu texto y me enternece como un amigo ve en mis ojos y me sirve un cafe, que me obliga a atar mis zapatos y volver donde no quiero.
sin duda en gran relator de lo humanamente inevitable.
saludos pulentianos y abrazos de año nuevo.
leon
Sin duda se agradece siempre la lectura, sobretodo esa que acontece de aquellos que uno -por diferentes razones- estima y respeta. Si más encima se toman el tiempo de comentar. Qué mejor?? Y qué más pedir, en un día como este en que de modo tan fácil se suelen tomar la palabra los deseos para el nuevo año. No me niego a pedir, querer y desear, pero en este momento, tu nombre y para todos mis amigos y amigas, quiero dar, y enviar un abrazo, un otro abrazo que se suma a la lista que se escribe cada vez que por azar o mutuo acuerdo nos vemos.
Y para todos un gran 2007.--.
a mi me gusta el té, pero este café me dejó un gusto agradable. Suerte en el 2007
Cuatro años es mucho tiempo cuando al final te das cuenta de que diste la vuelta en la esquina equivocada y terminaste... mmm... no precisamente "mascando lauchas", pero tampoco en el Forestal, cabeza embriagada bajo un árbol (embriagada no borracha en todo caso, aunque una cosa no quita la otra). Hermoso relato, y más triste de lo que se podría imaginar, quien afortunad@ especula bajo una sombra...
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