Saturday, December 16, 2006

La serpiente

Como sigo silenciado...
Otro de otro....
Esta vez del Marquéz de Sade. LA SERPIENTE, que lo disfruten...


Todo el mundo conoció, a comienzos de este siglo, a la es­posa del presidente de la corte de C...., una de las mujeres más amables y la más linda de Dijon, y todo el mundo la vio acariciar y albergar públicamente en su cama a la ser­piente blanca de la que va a tratar esta anécdota.

-Este animal es el mejor amigo que tengo en el mundo -decía un día a una dama extranjera que la visitaba y que parecía curiosa por conocer los motivos de los cuidados que la linda mujer del presidente dispensaba a su serpiente-; en otro tiempo, señora, amé apasionadamente a un joven encan­tador, obligado a alejarse de mí para ir en busca de la glo­ria. Independientemente de nuestra comunicación regular, le había exigido que a ciertas horas convenidas nos retiraríamos cada uno por nuestro lado a lugares solitarios, para ocupar­nos absolutamente de nada más que de nuestro amor. Un día, a las cinco de la tarde, iba a encerrarme en una pérgola que está al final de mi jardín, para cumplir mi promesa, segurísi­ma de que ningún animal de esa clase podía haber entrado en mi jardín, cuando de pronto vi a mis pies a ese reptil en­cantador que aquí me ve usted adorar. Quise huir, la ser­piente se estiró delante de mí, parecía pedirme gracia, pa­recía jurarme que no tenía ningún deseo de hacerme daño; me detengo, miro al animal; al verme tranquila se me acerca, hace cien arabescos a mis pies, uno más rápido que el otro, no puedo evitar tocarlo, desliza delicadamente su cabeza por mi mano, lo recojo, me atrevo a ponerlo sobre mis rodillas y allí se enrosca y parece dormirse. Una inquieta turbación se apodera de mí... Las lágrimas fluyen de mis ojos sin que pueda evitarlo y empapan a este encantador reptil... Des­pertado por mi dolor, me contempla... gime... se atreve a poner su cabeza contra mi seno... lo acaricia... y vuelve a caer aniquilado... ¡Oh santo cielo, ya se acabó -exclamé-y mi amado ha muerto! Abandono ese lugar funesto, llevando conmigo a la serpiente, a quien parece ligarme un oculto sen­timiento... Fatales advertencias de una voz desconocida cuyos anuncios puede usted interpretar como quiera, señora, pe­ro ocho días después me entero de que han matado a mi amado, exactamente a la misma hora en que se me apareció la serpiente. Nunca más quise separarme de este animal, só­lo al morir me abandonará. Después me casé pero bajo cláu­sulas expresas de que de ningún modo me lo quitarían.

Y tras decir esto, la encantadora mujer tomó a su serpien­te, la puso contra su seno, y como a un perrito le hizo hacer cien graciosas vueltas delante de la dama que la interrogaba.

¡Oh Providencia, qué inexplicables tus decretos, si esta aventura es tan verídica como toda la provincia de Borgoña lo asegura!

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