EN LA MISMA ESQUINA DEL MUNDO (DOS)
Despúes de mucho rato y con la barra espaceadora media mala aca va la segunda parte del texto de Poli Delano.
_____________
No sé, la verdad, qué bicho me picó para decirle al tipo que si cuando se ofreció a llevarme, ya que no es nada común que yo acepte invitaciones de buenas a primeras, pero se me ocurre que quizás fueron sus ojos. Ni siquiera las veces que en Montevideo los choferes declaraban la huelga -hace ya tiempo- y no había manera de llegar al trabajo, acababa por decidirme a hacer dedo y, si no recuerdo mal, hasta sentía un poco de rabia cuando desde algun auto (siempre iban hombres solos) una bocina me ofrecía "gentilmente" sus servicios y por supuesto ni me tomaba la molestia de mirarlos. Quizás si le acepté -pensaba más tarde- fue porque, además de sus ojos, el tipo dijo eso de que olíamos a sur, yo qué sé, me gustó, me gustó mucho oler a sur, me perforó la frase como atacan los recuerdos lacerantes, sabor a tango de esos lados, sur, paredón y después, los meses de paria en Buenos Aires, sur también de callejones lejanos y de faroles, por eso, porque éramos apenas dos sureños demuy abajo alos que el azar ponía juntos en una esquina como de milonga para que actuaran, para que se movieran y se dijeran cosas, igualito que en una obra de teatro. Eso ni más ni menos es lo que me decía aquella misma tarde un poco después, cuando en las cercanías de la ciudad universitaria el tipo, un loco al que se le metió en la cabeza que me conocía desde siempre, que me habia seguido en todas las edades, qué sé yo, un loco suelto, me invitó a tomar café y también le dije si, igual qeu antes, casi sin chistar, mientras ya comenzábamos a entendernos, pensando en que después de todo si estábamos aquí, en un país lindo y cálido pero en una ciudad donde todavía las calles no eran nuestras, se debía exactamente a lamisma razón.
No voy a negar que desde el primer momento el tipo me pareció interesante, seguro, bien plantado, a pesar de una especie de desconcierto perdido que parecia inundarle a ratos la mirada. tampoco voy a negar que como hombre estaba en general bastante bien. Pero insisto en que no es mi estilo, es que sigo siendo de las que no le dan los ojos a un desconocido y admito sin vacilaciones que en esa ocasión torcí la ruta puritana en que mi madre rusa me endilgó desde chiquita. ASí me lo decía interrogante mientras frente a frente tomábamos con bastante silencio nuestros capuchinos, mirándonos de cuando en cuando a los ojos. Sus ojos, para aclarar, no es qeu fueran lindos: eran potentes y luminosos, desconcertantes, pese a que fíjense que hace ya tiempo dejé atrás los quince años, pero es que, a ver, cómo expresarlo, hay tantas cosas que a veces una sabe sin saber siquiera que las sabe, no soy de lo más clara, parece. Quiero decir, con ese café que tomamos en la ciudad universitaria la verdad es que no acabó nuestra relación, a eso iba, porque al despedirnos nos dimos los teléfonos y una de aquellas tardes muy aburridas en que yo arreglaba las pocas pilchas que al partir me cupieron en la valija, ahí en casa de los compañeros donde definitivamente tendría que vivir hasta que me llegara un trabajo y pudiera mantenerme sola, el tipo -ya debiera decirle Bernardo- me llamó invitándome a salir. Y para ser sincera, vuelve mi mundo desmoronado me podía permitir cierta alegría, me alegré. EStuvimos en un restorancito de barrio popular y bullicioso y tanto Bernardo como los otros dos sujetos con que nos encontramos ahí galopaban a ritmo de locura, más o menos tres tequilas antes de que yo terminara una sola sangría débil de alcohol, de modo que muy sobria y metiendo poca basa en la conversación, me dediqué lo que se puede decir entusiasta a escuchar divertidas y locas narraciones sobre islas, perros, delfines, narraciones que quebraban de pronto para dejarles paso a otros temas y volver al rato a flote con la nueva corrida de copas si es que a alguien le duraba todavía la cuerda. Pero digo esto porque cuando el gordo de la barba, una especie de bestia vital de mucha risa, contó lo que le había pasado una noche en Estambul, se desató una de esas discusiones que van por otro camino y que terminan por abrirle la mollera para entender mejor las cosas.
El local funcionaba amedia luz y apesar de que yo ahí podría haber psado como un simple pollo en corral ajeno, me sentía plenamente a gusto entre esos tipos -digamos mejor "nuevos amigos"- que me trataban como si me hubieran conocido desde otros mundos. Para no entrar en detalles, el asunto era así: al gordo le habían ocurrido cosas extraordinarias durante una noche que pasó en Estambul. Por supuesto que lo contó divertidísimo y nos reímos lo que se dice a mandíbula batiente aunque no pienso repetir lahistoria porque no es eso lo que interesa. Luego BErnardo, que era el que más se reía con lasarta de peripecias, contó también cosas igualmente extraordinarias que años antes le habían sucedido a él una tarde en que vagaba por el puerto de BOmbay. Parecián, claro, historias inventadas y fantasiosas, pero como a la vez eran verosímiles, por qué dudar, si mirando bien a los tipos una quedaría bien segura de que a ese par cualquier cantidad de locuras podía pasarles.Fue entonces cuando el gordo dijo lo que me interesa contar.Primero -perdón- el colombiano, con mucha pena, con cara caída ylos ojos nostálgicos, se preguntó por que a él nunca le pasaban cosas así. Y ahí el gordo le contesta con mucha seguridad que si a uno le pasan esas cosas es porque se las busca, de algún modo se las anda buscando, va predispuesto sin saberlo. En ese momento se calentaron los ánimos, y se agitó el debate, pero ya con la suma de los tragos se había vuelto muy caótico,mucho grito, mucha interrupción,mucha incoherencia, y yo no lo seguía,no por pereza mental ni por desinterés, sino fundamentalmente porque me empezó a dar vueltas y vueltas en la cabeza la frasecita de que las cosas uno se las buscaba. Después de todo en Montevideo yo tenía un novio macanudo -compañero digamos mejor- por quien debía hacer cuanto fuera posible para conseguirle rápido la visa antes de que los tiras lo "desaparecieran".Tal vez, quise decirme entonces, se trataba de que estando tan recién llegada me sentía muy sola, a pesar de que los amigos uruguayos que llevaban más tiempo por estos lados, a pesar de también de cariño de la única familia mexicana que hasta el momento había tratado, y también a pesar de que con estos tipos -estos amigos- algo vivía en mí, algo me daba fuerzas.
Quizás fuera verdad lo de estar sola, una chica regalona malacostumbrada siempre al mimo y la caricia. Pero desde luego no era todo, para qué echarse tierra a los ojos. La verdad se escondía agazapada detrás de los ojos de Bernardo, que me conocía desde siempre, que me estaba gustando una barbaridady que desde mi llegada era practicamente lo único que lograba evitar que en cualquier momento, como a tontas y a locas, andando por la calle, acostada ya en lanoche sin sueño, o en el lugar y a la hora que fueran, se me arrancaran solas y potentes las lágrimas al recordar todo lo que había pasado, los compañeros muertos, los compañeros presos, y todo lo que quizás por cuanto tiempo estaba dejando atrás...
-Oye tengo un auto a media cuadra y si quieres te llevo hasta la universidad. Olemos a sur, sabes.
-Bueno -dije yo sin vacilar.
(En estos días tirola parte tres y final)
_____________
No sé, la verdad, qué bicho me picó para decirle al tipo que si cuando se ofreció a llevarme, ya que no es nada común que yo acepte invitaciones de buenas a primeras, pero se me ocurre que quizás fueron sus ojos. Ni siquiera las veces que en Montevideo los choferes declaraban la huelga -hace ya tiempo- y no había manera de llegar al trabajo, acababa por decidirme a hacer dedo y, si no recuerdo mal, hasta sentía un poco de rabia cuando desde algun auto (siempre iban hombres solos) una bocina me ofrecía "gentilmente" sus servicios y por supuesto ni me tomaba la molestia de mirarlos. Quizás si le acepté -pensaba más tarde- fue porque, además de sus ojos, el tipo dijo eso de que olíamos a sur, yo qué sé, me gustó, me gustó mucho oler a sur, me perforó la frase como atacan los recuerdos lacerantes, sabor a tango de esos lados, sur, paredón y después, los meses de paria en Buenos Aires, sur también de callejones lejanos y de faroles, por eso, porque éramos apenas dos sureños demuy abajo alos que el azar ponía juntos en una esquina como de milonga para que actuaran, para que se movieran y se dijeran cosas, igualito que en una obra de teatro. Eso ni más ni menos es lo que me decía aquella misma tarde un poco después, cuando en las cercanías de la ciudad universitaria el tipo, un loco al que se le metió en la cabeza que me conocía desde siempre, que me habia seguido en todas las edades, qué sé yo, un loco suelto, me invitó a tomar café y también le dije si, igual qeu antes, casi sin chistar, mientras ya comenzábamos a entendernos, pensando en que después de todo si estábamos aquí, en un país lindo y cálido pero en una ciudad donde todavía las calles no eran nuestras, se debía exactamente a lamisma razón.
No voy a negar que desde el primer momento el tipo me pareció interesante, seguro, bien plantado, a pesar de una especie de desconcierto perdido que parecia inundarle a ratos la mirada. tampoco voy a negar que como hombre estaba en general bastante bien. Pero insisto en que no es mi estilo, es que sigo siendo de las que no le dan los ojos a un desconocido y admito sin vacilaciones que en esa ocasión torcí la ruta puritana en que mi madre rusa me endilgó desde chiquita. ASí me lo decía interrogante mientras frente a frente tomábamos con bastante silencio nuestros capuchinos, mirándonos de cuando en cuando a los ojos. Sus ojos, para aclarar, no es qeu fueran lindos: eran potentes y luminosos, desconcertantes, pese a que fíjense que hace ya tiempo dejé atrás los quince años, pero es que, a ver, cómo expresarlo, hay tantas cosas que a veces una sabe sin saber siquiera que las sabe, no soy de lo más clara, parece. Quiero decir, con ese café que tomamos en la ciudad universitaria la verdad es que no acabó nuestra relación, a eso iba, porque al despedirnos nos dimos los teléfonos y una de aquellas tardes muy aburridas en que yo arreglaba las pocas pilchas que al partir me cupieron en la valija, ahí en casa de los compañeros donde definitivamente tendría que vivir hasta que me llegara un trabajo y pudiera mantenerme sola, el tipo -ya debiera decirle Bernardo- me llamó invitándome a salir. Y para ser sincera, vuelve mi mundo desmoronado me podía permitir cierta alegría, me alegré. EStuvimos en un restorancito de barrio popular y bullicioso y tanto Bernardo como los otros dos sujetos con que nos encontramos ahí galopaban a ritmo de locura, más o menos tres tequilas antes de que yo terminara una sola sangría débil de alcohol, de modo que muy sobria y metiendo poca basa en la conversación, me dediqué lo que se puede decir entusiasta a escuchar divertidas y locas narraciones sobre islas, perros, delfines, narraciones que quebraban de pronto para dejarles paso a otros temas y volver al rato a flote con la nueva corrida de copas si es que a alguien le duraba todavía la cuerda. Pero digo esto porque cuando el gordo de la barba, una especie de bestia vital de mucha risa, contó lo que le había pasado una noche en Estambul, se desató una de esas discusiones que van por otro camino y que terminan por abrirle la mollera para entender mejor las cosas.
El local funcionaba amedia luz y apesar de que yo ahí podría haber psado como un simple pollo en corral ajeno, me sentía plenamente a gusto entre esos tipos -digamos mejor "nuevos amigos"- que me trataban como si me hubieran conocido desde otros mundos. Para no entrar en detalles, el asunto era así: al gordo le habían ocurrido cosas extraordinarias durante una noche que pasó en Estambul. Por supuesto que lo contó divertidísimo y nos reímos lo que se dice a mandíbula batiente aunque no pienso repetir lahistoria porque no es eso lo que interesa. Luego BErnardo, que era el que más se reía con lasarta de peripecias, contó también cosas igualmente extraordinarias que años antes le habían sucedido a él una tarde en que vagaba por el puerto de BOmbay. Parecián, claro, historias inventadas y fantasiosas, pero como a la vez eran verosímiles, por qué dudar, si mirando bien a los tipos una quedaría bien segura de que a ese par cualquier cantidad de locuras podía pasarles.Fue entonces cuando el gordo dijo lo que me interesa contar.Primero -perdón- el colombiano, con mucha pena, con cara caída ylos ojos nostálgicos, se preguntó por que a él nunca le pasaban cosas así. Y ahí el gordo le contesta con mucha seguridad que si a uno le pasan esas cosas es porque se las busca, de algún modo se las anda buscando, va predispuesto sin saberlo. En ese momento se calentaron los ánimos, y se agitó el debate, pero ya con la suma de los tragos se había vuelto muy caótico,mucho grito, mucha interrupción,mucha incoherencia, y yo no lo seguía,no por pereza mental ni por desinterés, sino fundamentalmente porque me empezó a dar vueltas y vueltas en la cabeza la frasecita de que las cosas uno se las buscaba. Después de todo en Montevideo yo tenía un novio macanudo -compañero digamos mejor- por quien debía hacer cuanto fuera posible para conseguirle rápido la visa antes de que los tiras lo "desaparecieran".Tal vez, quise decirme entonces, se trataba de que estando tan recién llegada me sentía muy sola, a pesar de que los amigos uruguayos que llevaban más tiempo por estos lados, a pesar de también de cariño de la única familia mexicana que hasta el momento había tratado, y también a pesar de que con estos tipos -estos amigos- algo vivía en mí, algo me daba fuerzas.
Quizás fuera verdad lo de estar sola, una chica regalona malacostumbrada siempre al mimo y la caricia. Pero desde luego no era todo, para qué echarse tierra a los ojos. La verdad se escondía agazapada detrás de los ojos de Bernardo, que me conocía desde siempre, que me estaba gustando una barbaridady que desde mi llegada era practicamente lo único que lograba evitar que en cualquier momento, como a tontas y a locas, andando por la calle, acostada ya en lanoche sin sueño, o en el lugar y a la hora que fueran, se me arrancaran solas y potentes las lágrimas al recordar todo lo que había pasado, los compañeros muertos, los compañeros presos, y todo lo que quizás por cuanto tiempo estaba dejando atrás...
-Oye tengo un auto a media cuadra y si quieres te llevo hasta la universidad. Olemos a sur, sabes.
-Bueno -dije yo sin vacilar.
(En estos días tirola parte tres y final)