Sunday, September 17, 2006

CAFE


Esa tarde tardó más de lo acostumbrado en llegar. Una vez ahí estaba todo dispuesto.

–Su carta señor.

¿Cuántas veces ensayé otra frase? Su cada día, su misma mesa, su boina al lado derecho del salero, las dos cucharaditas de azúcar en invierno, los edulcorantes en verano, y su mirada, justo bajo la mesa con más luz, y en el medio de todo, mi carta en versión bilingüe y conmigo, el sonido de mi voz: “Su carta señor”.

Todo eso y los tiempos que transcurren me invitaban a saludarle de modo más familiar y, de algún modo sabía que era esa prótesis de familiaridad la que le hacía volver cada día. Pero aun con los años transcurridos, las penas, las glorias, los kilos acumulados, los cabellos en la ducha abandonados, los uniformes antiguos y nuevos, las conversaciones ficticias que con él sostuve, mis ganas de vivir como personaje de la teleserie nocturna, y todos esos qué se yo que mezclan recuerdo e imaginación, chocaban con la certeza de su respuesta, porque en el fondo estaba todo él demasiado lejos como para acercarme con algo más que la carta.

La leyó como cada día, no sé, ni logro imaginar por qué la lee cada día, nunca he logrado interceptar su mirada más allá del breve ritual del Café, sé que podría descubrir algo de él si lo miro a los ojos –los años en la escuela de danza y teatro no sólo sirvieron para acuñar mi vocación de mesera- sino que además desarrollaron esa clase de elongación que permite mirar el alma en los ojos. Y como siempre pronunció:

-Café con tostadas, por favor.

Se llama Maria Eugenia, lo sé porque alguna vez Ricardo la llamó por su nombre. Esta es la canción que más me gusta del soundtrack del lugar “La tarde consumió su ruego fatuo, sin carne sin pecado sin quizá. La noche se agavilla como un ave a punto de emigrar…” ¿Le gustará, o quizá ya ni la escucha de tanto oírla cada día? Ya llega con ese paso que me desconcierta, caminando casi a tres centímetros del suelo, no puedo dejar de mirarle los pies ¿Cómo camina así? Es más bien pequeña, menudita, de seguro debe tener más pelos en el cuerpo de los que desea, lo sé por la belleza de sus pestañas; pero qué erguida que viene, en el último tiempo ha engordado un par de kilos, si tuviese el talento podría dibujarla y reproducir su imagen en dos mil cuadros, que irían distinguiendo cada uno de los días en que ella gramo a gramo fue distinta de sí misma, y por lo mismo siempre igual. Ya son cuatro años desde que por vez primera vine hasta aquí, y cruce esa puerta atraído por los aromas del Café y en ese laberinto que configuran nueve mesas, me halle con sus Buenas noches, el cabello tomado, su largo cuello y esa clase de elegancia que se deja ver a través del pseudo uniforme cuyo ser excede por todas partes. No pude jugar el juego de las seducciones, porque no resistí mirarla tal y como Moisés ante dios en el monte y recibí como de su mano, la carta de la ley. La imagen y la semejanza: los granos tostados del café. Leí cuidadosamente la ley que viene de lo divino para los hombres, y accedí a su mandato: Café con tostadas, por favor.

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